El escritor danés Thomas Rydahl, una nueva y pujante voz de la literatura negra nórdica (aún le queda para llegar a los Jo Nesbo, Camilla Lackberg y tantos otros…) con media docena de novelas a sus espaldas, hace ya un par de años que planteó un escenario exótico, para los lectores de su país, con el que romper tópicos patrios de historias a poca luz, en escenarios gélidos de su tierra escandinava.
Y llevó entonces su cuarta novela hasta Fuerteventura. Se trataba de El Ermitaño. Una historia que si bien en Dinamarca cosechó un gran éxito, llegó a España con esa vitola ganadora de novela ubicada en territorio patrio y lo cierto es que se desinfló un poco.
A mi entender creo que el problema se trató más de la traducción en sí, de la falta de adecuación de guiños y recursos de una lengua a otra.
Porque lo cierto es que la historia pintaba bien al principio solo que se fue desconchando conforme por ese chirriar más imputable a la literalidad de la traducción y la falta de recursos con los que reconducir ironías y figuras retóricas propias del país danés.
Y sin embargo, en esta segunda entrega parece como si se hubiera cambiado al traductor. Porque la narración avanza a otro ritmo, con mayor naturalidad, con un Erhard, absoluto protagonista, al que se le coge mejor la onda. (Que el tipo sea taxista, toque el piano y acabe cuidando un rebaño de cabras puede asumirse como una sorpresiva caracterización o un auténtico esperpento, dependiendo de que se consiga transmitir la intención más auténtica del autor, o no)
En esta novela conocemos aspectos de Erhard, el ermitaño, que en la primera entrega no podíamos ni imaginar. Y es que el destino del singular héroe que prefiere el anonimato puede trastocarse para siempre a la luz de los acontecimientos que le sobrevienen mientras él se encuentra embarcado en una nueva misión con especial foco en la inmigración de gentes africanas que buscan en la isla un pasaporte directo hacia la anhelada Europa.
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