Nada más hiperbólico y macabro que plantearte matar a tu padre. Pero Águeda es así. No se trata de un papel que le haya tocado desempeñar. Tan solo es cuestión de monotonía y aburrimiento, de un embarazo mal llevado, del tedio de una vida insignificante y de la extraña y pujante necesidad de dar cumplida venganza por el hecho de existir.
Una ópera prima de Roberto Osa que no se anda con paños calientes ni tibiezas. En ocasiones la primera novela suele provocar una especie de autocensura (por experiencia propia y por lo comentado con otros autores) Quizás por eso Roberto ha hecho todo lo contrario, una huída hacia adelante para escapar del miedo del puto folio en blanco. Y le ha salido extremadamente bien, qué duda cabe. El premio Felipe Trigo de novela lo atestigua.
«Águeda ronda la treintena, está embarazada de ocho meses y vive sola en un piso amueblado con cajas de cartón. En su cara hace años que falta el ojo izquierdo. Tiene un novio casi perfecto y un padre al que no ve hace muchos años. Su vida es bastante monótona: trabaja de noche, duerme poco, habla menos y contiene su rabia como puede. Pero la rutina va a estallar por una llamada telefónica.
La mujer decide, y así lo proclama desde la primera frase de la novela, que va a matar a su padre. No esperará a dar a luz ni piensa pedir ayuda, lo va a hacer sola y lo va a hacer ya. La historia transcurre en poco más de un día. Un viaje desesperado de Madrid a La Mancha, de una ciudad con las calles cubiertas por toneladas de basura al paisaje árido y descarnado de la meseta, en busca de un pasado lleno de violencia que culminará con el reencuentro a cara o cruz entre padre e hija.
Una geografía absolutamente hostil –casas deshabitadas, lagunas vacías, prostíbulos en horas bajas, cementerios en obras y piedras, muchas piedras– es el escenario de un poderoso relato con tintes de drama rural en el que se citan el tremendismo, cierta estética de western y el fondo intemporal de la tragedia clásica».
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