Parece mentira, de Juan del val

Parece mentira
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Juan del Val se ha dado el gustazo de reencontrase con el que fue. Otro él de no hace tanto tiempo, de no hace tantas costumbres y vicios, de no hace tantos años.

Toda intención de autobiografía se convierte en parte en una vida novelada. La memoria, en su parcela más personal, es lo que tiene, magnifica o reduce al absurdo, ensalza u olvida, deforma o transforma. La llamada memoria a largo plazo edifica nuestra identidad en base a una vida de marcados contrastes entre los buenos y los malos momentos. Así que confesar abiertamente, como hizo el autor que esta es la novela de su vida bajo el nombre de otro protagonista es, en sí mismo un acto de autenticidad.

No quiero decir que lo que se nos transmite en una autobiografía «estándar» sea falso, se trata más bien de la perspectiva propia sobre una objetividad jamás alcanzada.

Juan del Val fue ese típico chico que nadaba entre las intempestivas aguas del nihilismo o la rebeldía, según momentos, algo que nos ha pasado a muchos de los que fuimos jovenes hace no tanto tiempo (en algunos casos más que en otros 🙂

Pero lo que aporta este encuentro con el chico que fue el autor es la intensidad. Desde la adolescencia hasta ese primer ataque de responsabilidad (llámalo trabajo, llámalo simplemente despertar de la madurez), todo transcurre de manera intensa. Y la vida, como ya anunciaba el poeta, es un tesoro, un valiosísimo bagaje de emociones y sensaciones acopiadas más que nunca durante la juventud.

Como ocurré en la reciente novela La mirada de los peces de Sergio del Molino, la narración de una juventud de las determinadas como difíciles puede derivar en una persona sabia en vivencias y preparada para todo lo que tenga que llegar. Más que nada porque sobrevivirse a sí mismo, cuando uno hace de la autodestrucción compañera ocasional, no siempre es fácil.

Y al final, siempre sorprende el humor de los supervivientes, acompasado por una especie de orquesta como la del Titanic, empeñada en seguir haciendo música siempre, buscando la sinfonía adecuada incluso para la inexorable perdición.

Probablemente sonrían más las personas que han pasado la juventud como funambulistas. Sabiendo que la han exprimido sin agotarse en ella. Este libro es un buen ejemplo.

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