Los 3 mejores libros del excepcional Luis Landero

Algunos escritores nacientes en la madurez jamás hubieran intuído que lo iban a ser tiempo atrás, cuando aún no habían escrito nada. Un pretérito Luis Landero más movido en lo creativo hacia derroteros musicales, avistaba un futuro muy alejado de la literatura. Pero tal como ocurrió con San Pablo, siempre es buen momento para empezar a creer, para la reconversión. Puede que fuera cosa del destino…, la cuestión es que un día Luis Landero empezó a amar los libros como quien descubre a una lujuriosa amante. Y ahí dentro se quedó disfrutanto de tantas y tantas páginas no leidas hasta entonces.

Y sin embargo, no cabe duda de que la famosa madera de escritor no es algo que se pueda trabajar. O estás hecho por dentro de ese noble material en bruto o cualquier composición se convierte en un insulso aglomerado de astillas hechas polvo. La madera de escritor enseña a mirar el mundo de manera distinta, a observar los detalles y concederles su verdadera magnitud y significado.

En las vivencias anteriores a su primer garabateo sobre un folio, Luis Landero empezaba a tallar una madera crecida de manera natural durante años, precisamente sus años jóvenes en los que el ingenio aseguraba la supervivencia.

Y desde las ingeniosas vivencias que le tocaron vivir a Luis Landero, el escritor en ciernes iba perfilando otro tipo de vivencias proyectadas en un papel que todavía no había sido desvirgado. Ahí andaba la madera esperando su momento para relatar en nuevos libros particulares vidas de tipos sumergidos en la rutina, de sueños rotos y farsas, de tragedias como comedias y comedias con el tufo trágico del engaño.

3 libros recomendados de Luis Landero

El huerto de Emerson

Una vez tocado el cielo del oficio de escritor (de esa manera más insospechada y por tanto auténtica), cada nueva novela de Landero es plegaria para su legión de fieles lectores. Básicamente (aunque ya es mucho decir), porque conecta con esa vida pendiente, esa historia nunca vivida y esa alma jamás ocupada por todos cuantos nos entregamos a la lectura en busca de espejos donde reconocernos. Nos acercamos al huerto de Emerson dando uno de esos paseos sosegados al atardecer. En espera de que lo extraordinario nos sorprenda en cualquier momento…

Landero retoma la memoria y las lecturas de su particular universo personal donde las dejó en El balcón en invierno. Y lo hace en este libro memorable, que vuelve a trenzar de manera magistral los recuerdos del niño en su pueblo de Extremadura, del adolescente recién llegado a Madrid o del joven que empieza a trabajar, con historias y escenas vividas en los libros con la misma pasión y avidez que en el mundo real.

En El huerto de Emerson asoman personajes de un tiempo aún reciente, pero que parecen pertenecer a un ya lejano entonces, y tan llenos de vida como Pache y su boliche en medio de la nada, mujeres hiperactivas que sostienen a las familias como la abuela y la tía del narrador, hombres callados que de pronto revelan secretos asombrosos, o novios cándidos como Florentino y Cipriana y su enigmático cortejo al anochecer.

A todos ellos Landero los convierte en pares de los protagonistas del Ulises, congéneres de los personajes de las novelas de Kafka o de Stendhal, y en acompañantes de las más brillantes reflexiones sobre escritura y creación en una mezcla única de humor y poesía, de evocación y encanto. Es difícil no sentirse transportado a un relato contado junto al fuego.

El huerto de Emerson

Una historia ridícula

Puede que el relato de toda historia de amor con mayúsculas, ya sea actual o remota, no difiera tanto en su aspecto romántico. Porque una novela romántica de las trascendentes, como digo nada que ver con el género rosa, nos habla de sentires imposibles de culminar por condición social, por estallidos bélicos u otras excepcionalidades.

La cuestión es, como decide Luis Landero en esta ocasión, aportar un nuevo vistazo al amor, al cortejo, a esos inicios donde cada cual busca su sitio en potenciales familias políticas con las aparentes bondades y los muertos enterrados en el sótano de cada hogar… Marcial es un hombre exigente, con don de palabra, y orgulloso de su formación autodidacta. Un día se encuentra con una mujer que no solo le fascina, sino que reúne todo aquello que le gustaría tener en la vida: buen gusto, alta posición, relaciones con gente interesante.

Él, que tiene un alto concepto de sí mismo, es de hecho encargado en una empresa cárnica. Ella, que se ha presentado como Pepita, es estudiosa del arte y pertenece a una familia adinerada. Marcial necesita contarnos su historia de amor, el despliegue de sus talentos para conquistarla, su estrategia para desbancar a los otros pretendientes y sobre todo qué ocurrió cuando fue invitado a una fiesta en casa de su amada.

Lluvia fina

En las novelas de Luis Landero siempre encontramos el más preclaro brillo de cualquier personaje construído con meticulosidad, con intención de llegar hasta lo más hondo de su ser. Cada nuevo libro de Landero es una presentación en profundidad de un protagonista que pasa por nuestro diván para exponernos todo lo que es.

Historias de dentro hacia afuera, de las interioridades jamás manifestadas por las personas en la mascarada general y que sirven para esa empatía de nuestras excentricidades y locuras, de nuestros sueños y deseos, al fin y al cabo todo ello compartido como humanos que somos frente a las diferencias circunstancias que se nos presentan.

Y en esta novela “Lluvia fina” las circunstancias de Gabriel nos conducen a lo familiar, a ese extraño espacio cambiante y referente de toda nuestra vida, a la célula de la sociedad moderna (como describio algún filósofo). Gabriel, Aurora, Sonia, Andrea, Horacio orbitan en torno a la madre octogenaria que tan solo quisiera verlos juntos. Pero cada cual tiene sus motivos para el desencanto, para las sensaciones de culpa, resquemores y traición.

Sin duda, pese al inicio tardío de su vocación literaria, Landero acopiaba ese cúmulo de sensaciones y perspectivas que todo buen escritor necesita para convertirse en el narrador hecho cronista, capaz de sintetizar desde las diferencias de la infancia y la edad adulta que acaba pudiendo distanciar a quienes antes conformaban esa unidad inquebrantable.

Aurora es ese ser de luz, capaz de empatizar con todos y, sin embargo, incapaz de encontrar un lugar de encuentro entre hermanos que tan solo esperan a que salte cualquier discrepancia para recuperar viejas rencillas. Gabriel, que siempre intentó llevar la batuta, no ceja en su empeño de hacer borrón para recuperar la esencia de una fraternidad repleta de escenarios de discordia que irán reapareciendo con ese primer goteo desde un cielo cada vez más negro.

Quizás se trate tan solo de forzar un encuentro que lleve a pensar a la madre que no todo fue en vano, que la familia rota puede abrirse nuevos horizontes cuando ella no esté. Pero cada hermano tiene algo muy interesante que contarnos, como digo, mientras los escuchamos cual psicoanalistas, tratando de componer un puzzle mínimamente real desde una suma de subjetividades que despiertan esa sensación de que el enconamiento dificilmente puede curarse como una herida limpia. Y entonces el reencuentro acaba siendo un nuevo ajuste de cuentas de final imprevisible.

Lluvia fina

Otras grandes novelas recomendadas de Luis Landero…

La última función

La mejor es la última función. En la vida como en el circo todos dan lo mejor de sí cuando la vida está a punto de pasar entre la fanfarria y la solemnidad. Y el público lo agradece con similar sensación de nostalgia. La magia ocurre entre predisposición de todos. Lo que ocurre entonces es que la vida se convierte en ficción, en sueño, hasta hacerse sentir como tacto que pone la piel de gallina.

Un grupo de amigos jubilados todavía recuerda la tarde de aquel domingo de enero de 1994 en que un Tito Gil maduro hizo su aparición en el bar restaurante del pueblo, en la Sierra de Madrid. Lo reconocieron por su prodigiosa voz. Regresaba a su lugar natal el afamado actor, el niño prodigio, la gran promesa teatral que parecía haber triunfado en los escenarios de la capital, o tal vez de medio mundo.

Quizá en busca de notoriedad, Tito Gil no tardará en proponerles una gran representación colectiva con la que revitalizar el turismo y atraer a gente. Será la última oportunidad de evitar el despoblamiento paulatino. Nadie parece resistirse, pero necesitan a una gran actriz que le dé a él la réplica. En esas fechas, Paula, una mujer que ha visto aplastados sus sueños por la rutina laboral, toma el último tren en Atocha y despierta, sin saberlo, en la estación de un pueblo para ella desconocido.

Bajo el sortilegio de un relato oral colectivo, en La última función Luis Landero vuelve a deleitarnos con la fascinación de una historia y de unos personajes que parecen salir de la bruma y tomar la escena para sentirse transformados. Una historia de amor inesperada, y un sinfín de personajes secundarios humorísticos y admirables que culminan en un magistral desenlace.

La vida negociable

La proyección de este escritor tardío es inagotable. A cada nueva novela Luis Landero se ocupa de presentarnos a personajes memorables. En esta ocasión disfrutamos de la particular visión del mundo de Hugo Bayo, un perdedor convencido de que ese no es su lugar. Un truhan esperando maquinar su plan perfecto para escapar de la medianía social en la que se asfixia su existencia. Puede que realmente todas sus inquietudes tengan hondas raices en su pasado, en sus conflictos a duras penas vencidos. Así que imaginar, proyectar su vida a un futuro mejor lo alivia. La fantasía le sirve para engatusar a unos y a otros y para engañarse a si mismo sobre sueños imposibles.

La vida negociable

El balcón en invierno

Si hay un nombre de pueblo evocador y singular ese es Alburquerque. Sin haber estado jamás ahí su pronunciación me invita a pensar en lo ancestral, en lo mágico, en nombre de escena final, literaria o cinematográfica. Divagaciones que tiene uno…

La cuestión es que en esta biografía novelada (como suele ser cualquier composición de recuerdos) Luis Landero nos habla del nuevo mundo, entre lo trágico e inquietante, que suponía para un chaval la pérdida del padre. Se trata de Luis Landero como personaje y lo cierto es que escribir sobre uno mismo con tintes novelescos debe ser un emotivo ejercicio sinuoso en ocasiones y abierto a tumba abierta en otros momentos.

La cuestión es que el relato del escritor que no sabía que iba a ser escritor es precisamente una oda a la improvisación de la supervivencia, a la búsqueda de un futuro en la gran ciudad, a la esperanza como un simple mañana o un pequeño trabajo con el que poder salir adelante. Pero también Landero nos habla de la intención bohemia del guitarrista en ciernes para terminar describiendo con maestría el escenario completo de una España entre la represión y la pujanza subrepticia de las libertades.

El balcón en invierno

Juegos de la edad tardía

Si en La vida negociable se nos presenta a un Hugo Bayo empeñado en el plan magistral para escapar de sus miserias, en Juegos de la edad tardía encontramos finalmente al personaje transformado, a la evolución kafkiana de las frustraciones mundanas. Gregorio, por entera casualidad y firme voluntad de escapar de su triste caparazón, pasa a ser Faroni, su personaje inventado con el que reajustar un mundo que le hace agua por todas partes.El título de la novela hace referencia a ese autoengaño adolescente que en tantas ocasiones sigue acompañando al adulto encerrado en materializaciones imposibles.

Para Gregorio es dificil enterrar para siempre los viejos sueños juveniles. Sucumbir a ellos lo puede transformar en el esperpéntico reflejo de lo que quiso ser y no fue, una suerte de satisfacción masoquista que no lo saca de la cruda realidad pero que lo conduce a extasiantes momentos de fantasía junto al crédulo Gil. Porque Gil, alguien tan mediocre como él, está empeñado en contemplar, cual Sancho Panza, al ilustre personaje de resplendorosa armadura.

Una moderna historia quijotesca en torno a Faroni que despierta risas a la par que sustanciosas meditaciones, y que solo puede acabar como el drama que anticipa toda falsedad tomada como forma de vida.

Juegos de la edad tardía
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