Los 3 mejores libros de Stephen King

Extenderme sobre los motivos para considerar a Stephen King como el escritor que me marcó en mi eterna vocación por la escritura podría llevarme páginas y páginas de un gran libro.

Haciendo al menos un pequeño inciso al respecto, me apetece señalar mi apreciación de que el paso final hacia la escritura se debe siempre a un punto inspirador de lo más inesperado, algo que te acaba conduciendo a contar tu primera historia y a ese descubrimiento que supone el encuentro con tu imaginación.

En mi caso la idea de escribir mis propias historias surgió en gran medida conforme descubría los personajes que Stephen King creaba en sus novelas. Más allá de las temáticas de sus cientos de obras (de terror en algunas ocasiones pero también de siniestros misterios y de desconcertantes argumentos en muchos otros), más allá de todo eso, nos podemos quedar con la elaboración de sus personajes.

Lo inverosímil se hace cercano gracias a esa vida que rezuma entre las páginas, ese guiño constante hacia la empatía, esa proximidad humana hacia la interiorización absoluta de cada personaje, me parece algo inigualable por cualquier otro escritor. Incluso en los libros poco conocidos de Stephen King disfrutamos de esa constante en sus capacidad para inventar personajes.

Y ya centrándome en la idea de encumbrar sus tres obras maestrísimas, las tres mejores novelas de su inabarcable producción literaria, aparco todas esas primeras ideas difusas sobre mi  vocación narrativa y me pongo con ello. Difícil esta completamente de acuerdo conmigo. Imposible que, al menos, no te fascine la selección…

Top 3 novelas recomendadas de Stephen King

La zona muerta

De un accidente sufrido por el protagonista, John Smith, que lo mantuvo en coma durante años, descubrimos que en su transición entre vida y muerte regresa con algún tipo de conexión activa con el futuro.

Su cerebro, dañado en el golpe, alberga una mente que en su proximidad con el más allá ha regresado con extraordinarias capacidades de predicción.

John es un tipo cualquiera, alguien que después de verse abrazado por la muerte, tan solo quiere aprovechar los instantes de su vida. Entre la parcela más personal de un tipo anónimo que Stephen King te hace sentir muy cercano, como si pudieras ser tú, vamos aproximándonos a esa capacidad de predicción.

John descifra el destino de las voluntades que estrechan su mano, o que lo rozan, su mente conecta con el futuro y presenta lo que va a acontecer. Gracias a esta capacidad sabe de un destino siniestro que los espera a todos si un político al que saluda alcanza el poder. Debe actuar de inmediato.

Mientras tanto su vida sigue y enganchamos con el amor perdido, con las secuelas del accidente. John es un tipo muy humano que despierta gran emotividad. La conjunción de ese aspecto personal con la fantasía de su capacidad y la necesaria acción para evitar un futuro siniestro convierten la novela en algo especial. Fantasía, sí, pero con grandes dosis de un realismo fascinante.

La zona muerta

22/11/63

El nombre de la novela es la fecha de un evento trascendental de la Historia mundial, el día del asesinato de Kennedy en Dallas. Mucho se ha escrito sobre el magnicidio, sobre posibilidades de que el acusado no fuera quien mató al presidente, sobre voluntades ocultas e intereses soterrados que buscaban quitar de en medio al presidente americano.

King no se suma a las vertientes conspiranoicas que apuntan a causas y asesinos diferentes a lo que se djo en su momento. Él solo habla de un pequeño bar donde el protagonista suele tomar algún café.

Hasta que un día su dueño le habla de algo extraño, de un lugar en la despensa por donde puede viajar al pasado. Suena a argumento extraño, peregrino ¿verdad? La gracia es que el bueno de Stephen hace perfectamente creible, a través de esa naturalidad narrativa, cualquier planteamiento de entrada.

El protagonista acaba atravesando el umbral que lo conduce al pasado. Va y viene unas cuantas veces…, hasta que se plantea un objetivo final de sus viajes, intentar evitar el asesinato de Kennedy. Ya lo dijo Einstein, viajar en el tiempo es posible.

Pero lo que no dijo el sabio científico es que los viajes en el tiempo cobran su factura, provoca consecuencias personales y generales. Lo atractivo de esta historia es conocer si Jacob Epping, el prota, consigue evitar el magnicidio y descubrir qué efectos tiene ese transitar de aquí para allá.

Mientras tanto, con la singularidad narrativa de King, Jacob va descubriendo una nueva vida en ese pasado. Pasa por uno más y descubre que le gusta más ese Jacob que el del futuro.

Pero el pasado en el que parece decidido a vivir sabe que él no pertenece a ese momento, y el tiempo es inmisericorde, también para los que viajan a través de él. ¿Qué será de Kennedy? ¿Qué será de Jacob? ¿Qué será del futuro?…

La milla verde

Seguramente esta historia sea más recordada por su película que por su libro. Pero, aunque la película está ejecutada de manera magistral, con una fidelidad y una integración en el guión increiblemente ajustada a la novela, siempre quedan aspectos que el cine no puede replicar.Sensaciones de la lectura, impresiones, escenarios imaginados en ese 3D de nuestro cerebro…

La historia es narrada por Paul Edgecomb, residente de un asilo de ancianos, a Elaine Connelly, una de sus compañeras que vive allí. Él es un exfuncionario de prisiones encargado del Bloque E de la prisión de Cold Mountain, en el estado de Lousiana, el bloque de los condenados a muerte, que a diferencia de otras prisiones, no era llamada «La milla final«, sino que, debido a su piso de linóleo color lima deslucido, era apodado «La Milla Verde«.

Cierto día llega al bloque un afroamericano de gran altura y estampa musculosa, llamado John Coffey, acusado de la violación y asesinato de las gemelas Cora y Kathe de doce años. Al principio todos lo creen culpable; pero, pronto, extraños sucesos tienen lugar para lanzar dudas desconcertantes.

Coffey, además de ser un aparente discapacitado psíquico, resulta tener ciertos poderes de curación, los cuales se manifiestan por primera vez cuando cura a Paul de una infección urinaria que lo enloquecía. Coffey, tras cada curación, expulsa el mal de su cuerpo vomitándolo en forma de insectos semejantes a polillas negras que van tornándose blancas hasta desaparecer.

Pese a mi reconocimiento inmenso hacia toda la obra de este autor, estos tres son sin género de duda para mí, esos tres libros imprescindibles de Stephen King. Estoy seguro que la lectura de cualquiera de ellos conseguiría sumar un acérrimo lector. ¡Larga vida a Stephen King!


Otros libros interesantes de Stephen King…

Desesperación

Tan solo se trataba de un pueblo perdido en medio de Nevada, donde la interestatal 50 pasa porque alguna carretera tenía que hacerlo. Un remoto pueblo existente gracias a alguna mina que otrora garantizaba algún sustento. Excavaciones en tela de juicio y con sus leyendas negras a cuestas.

Algo que jamás sabríamos si los viajeros que pasaban por ahí no hubieran tenido que hacer parada obligatoria. Un pueblo desértico que mirar de soslayo entre bostezos conforme la interestatal 50 va llegando a su interminable horizonte.

Pero ahí estaba el extraño policía para ir parando a todo aquel que pasaba por la zona. Todos al trullo bajo las más insospechadas sanciones. Un policía siniestro de apellido Entragian en el que ya detectamos tics extraños, muy oscuros, absolutamente aterradores…

Poco a poco vamos conociendo a los desafortunados viajeros con parada y fonda en Desesperación. Y con ellos vamos sufriendo la trágica rabia de Entragian, un tipo como llegado del infierno para llevarse por delante las vidas de todos los que se cruzan en su camino.

La cuestión es como Stephen King va trazando diferentes lazos entre personajes que empiezan a brillar, como el niño, David, y su particular relación con Dios, o el escritor de vuelta de todo a punto de convertirse en San Pablo al caer del caballo y ver la luz.

Porque eso, luz, es lo que necesitan para salir vivos de un encuentro infernal. Y ya se sabe que el infierno está bajo tierra. De ahí que la mina y sus subproductos vayan adquiriendo un peso absoluto en la trama. Leyendas de mineros y desastres que se nos abren con su mayor crudeza. Seres que esperan su venganza y anhelan extenderse por todos los cuerpos del mundo para hacer de la superficie el mismo infierno que rige rocas adentro…

Almuerzo en el café Gotham

Atreverse a ilustrar el imaginario de Stephen King tiene mucho de atrevimiento. Pero si alguna obra había de ser, nada mejor que esta historia extrañante y desquiciada, como captura de ese cómic donde los instantes se detienen al uso de una ilustración que lo saca todo de plano, que lo suspende en un limbo, más que nunca entre realidad y ficción.

Un hombre llamado Steve Davis llega a casa un día y encuentra una carta de su esposa, Diane, que le dice con frialdad que le abandona y tiene la intención de divorciarse. La partida de Diane lo impulsa a dejar de fumar y comienza a sufrir abstinencia de nicotina. El abogado de Diane, William Humboldt, llama a Steve con planes de reunirse con los dos para almorzar. Se decide por el Café Gotham y fija una fecha. La desesperación del protagonista por un cigarrillo y por su ex es casi insoportable, pero nada comparado con los horrores que le esperan en el moderno restaurante de Manhattan.

Cuento de hadas

Lo de los umbrales con visado a mundos paralelos siempre me retrotrae a esa gran novela que para mí fue 22/11/63… No es nada extraño en Stephen King tirar de espacios paralelos que avanzan por el oscuro cosmos con sus encuentros tangenciales. Fantasía con dejes oscuros que en esta ocasión también entronca con la infancia como punto de partida. Solo que King se encarga de que para nada se trate de una historia de niños. O más bien es capaz regresar a donde todos dejamos lo que fuimos, en espera de volver a habitar cálidas y cándidas almas, las únicas capaces de sobrevivir cuando viene el frío…

Charlie Reade parece un estudiante de instituto normal y corriente, pero carga con un gran peso sobre los hombros. Cuando él solo tenía diez años, su madre fue víctima de un atropello y la pena empujó a su padre a la bebida. Aunque era demasiado joven, Charlie tuvo que aprender a cuidarse solo… y también a ocuparse de su padre.

Ahora, con diecisiete años, Charlie encuentra dos amigos inesperados: una perra llamada Radar y Howard Bowditch, su anciano dueño. El señor Bowditch es un ermitaño que vive en una colina enorme, en una casa enorme que tiene un cobertizo cerrado a cal y canto en el patio trasero. A veces, sonidos extraños emergen de él.

Mientras Charlie se encarga de hacer recados para el señor Bowditch, Radar y él se hacen inseparables. Cuando el anciano fallece, le deja al chico una cinta de casete que contiene una historia increíble y el gran secreto que Bowditch ha guardado durante toda su vida: dentro de su cobertizo existe un portal que conduce a otro mundo.

Cuento de hadas

Después

Una de esas novelas en las que Stephen King vuelve a constatar el hecho diferencial que lo separa de cualquier otro autor, una suerte de verosimilitud de lo extraordinario. Conseguir mimetizarnos con lo excepcional, con lo extrasensorial, es como volver a convencernos de un mundo tal como lo veíamos de niños, aunque sea para inquietarnos o hasta para asustarnos.

Nadie más es capaz de semejante precisión narrativa hacia lo hipnótico. Personas (más que personajes) que de tan naturales y precisamente perfilados pueden hacernos creer que vuelan en vez de que andan y convencernos además de que eso es lo normal. Desde ahí todo lo demás es coser y cantar. Incluso en el caso de tener que ajustarnos a la psique del pequeño Jamie, con ese punto a niño de «El sexto sentido», lo consigue King con esa extraña capacidad suya.

Un niño que ve muertos, si. Pero ¿Qué no nos podría contar Stephen King sin convencernos de su más absoluto rigor y realismo? En esta novela ese «Después» es el paso posterior a las despedidas que nadie querría vivir. Los adios que solo un niño puede acometer disfrazadas de imaginativos hasta luegos. Todo salpicado de ambientaciones tan amables como espeluznantes. Sensaciones cercanas, amistosas, abiertas en torno a la locura misma, como de primera sesión de terapia o de exorcismo.

Ahí ya es cuando King nos ha vencido el pulso para hacernos transitar por la normalidad hecha paranormal, por los dilemas de esas personas cargadas con la trascendencia de la marcada diferencia entre la medianía, del don o la condena…

Así es como se siente una novela corta, intensa y con el giro más insospechado como antesala de un final que, de otro modo, quedaba un punto desangelado. Así es como un escritor de lo fantástico acaba por salpicar de realismo desde un extrañamiento que desmenuza almas en busca de emociones esenciales enfrentadas encarnizadamente, desde el horror hasta la honda emoción. Nada nuevo en el maestro salvo la cálida sorpresa de su disfrute asegurado.

Jamie Conklin, el único hijo de una madre soltera, solo quiere tener una infancia normal. Sin embargo, nació con una habilidad sobrenatural que su madre le insta a mantener en secreto y que le permite ver aquello que nadie puede y enterarse de lo que el resto del mundo ignora. Cuando una inspectora del Departamento de Policía de Nueva York le obliga a evitar el último atentado de un asesino que amenaza con seguir atacando incluso desde la tumba, Jamie no tardará en descubrir que el precio que debe pagar por su poder tal vez es demasiado alto.

Después es Stephen King en estado puro, una novela inquietante y emotiva sobre la inocencia perdida y las pruebas que hay que superar para diferenciar el bien del mal. Deudora del gran clásico del autor It (Eso), Después es un relato poderoso, terrorífico e inolvidable sobre la necesidad de plantarle cara a la maldad en todas sus formas.

Después, de Stephen King

La caja de botones de Gwendy

¿Qué sería de Maine sin Stephen King? O quizás realmente se trate de que Stephen King debe gran parte de su inspiración a Maine. Sea como fuere, lo telúrico adquiere una dimensión especial en este tandem literario que desborda ampliamente la realidad de uno de los estados más recomendables para vivir en Estados Unidos.

Nada mejor para empezar a escribir que tomar referencias de la realidad más próxima para acabar orientando lo que tienes que contar hacia una proyección realista o crítica o para transformarlo todo, invitando al lector a darse una vuelta por rincones cotidianos a este lado del mundo; convenciendo al lector de que tras el trampantojo de la literatura se esconden oscuros abismos.

Y en esta ocasión es de nuevo Maine donde King (en coautoría con el para mí desconocido Richard Chizmar), nos ubica para vivir una historia que profundiza en el terror desde esa incomparable percepción subjetiva de personajes que acaban invadiéndonos el alma, con la magia negra de la narrativa del autor.

Luces y sombras de una joven llamada Gwendy (evocación naif en el nombre para crear una mayor sensación paradójica, al estilo de su novela corta «La chica que amaba a Tom Gordon«), en un espacio silencioso y desamparado entre Castle View y Castle Rock.

Lo que conduce cada día a Gwendy a desplazarse de uno a otro lado por las escaleras de los suicidios nos acabará acercando al planteamiento más siniestro sobre el destino, sobre nuestras decisiones y sobre la fragilidad a la que nos puede conducir el miedo.

Una figura inquietante, como en tantas otras novelas de Stephen King. El hombre de negro que parecía esperarla en lo alto del monte donde terminan las escaleras. Su llamada de atención que la alcanza como un susurro deslizado entre las corrientes que mueven las hojas de los árboles. Quizás se trate de que Gwendy elegía ese camino porque esperaba ese encuentro que marcaría su vida.

La invitación del tipo a conversar distendidamente, acabará derivando en un regalo por parte del hombre de negro. Y Gwendy irá descubriendo cómo aprovecharlo para su beneficio.

Claro está que la joven Gwendy puede acabar sacando partido al gran uso del regalo sin la madurez necesaria. Y cierto es que ciertos regalos oscuros no terminan de traer nada bueno, ni pueden ayudar a Gwendy a escapar a las grandes batallas emocionales que la vida le tiene preparadas…

En cuanto a Castle Rock y sus habitantes, desde ese momento nos zambullimos en el tétrico misterio de los hechos inexplicables para los desconcertados y temerosos lugareños. Unos aconteceres sobre los que Gwendy tiene claves incofesables que dan cumplida explicación a todo y que la perseguirán hasta muchos años después.

Mr Mercedes

Cuando el policia retirado Hodges recibe una carta del asesino en masa que se llevó por delante la vida de decena de personas, sin haber sido jamás detenido, sabe que sin duda se trata de él. No es ninguna broma, aquel psicópata le lanza esa carta de presentación y le ofrece un chat con el que «intercambiar impresiones».

Hodges enseguida descubre que el asesino lo acecha, lo observa, conoce sus rutinas, y por lo visto solo quiere que acabe suicidándose. Pero lo que ocurre es justo lo contrario, Hodges rejuvenece ante la idea de cerrar el viejo caso del asesino conocido como Mr. Mercedes, quien arrolló a decenas de personas que hacían cola para conseguir un trabajo.

Paralelamente conocemos a Brady Hartsfield, un joven inteligente y pluriempleado. Vendedor de helados, técnico informático y psicópata oculto en el sótano de su casa. Resulta curioso como, de alguna forma, encontramos una justificación para su desempeño criminal, o al menos eso parece desprenderse del desarrollo de sus antecedentes personales. Un padre muerto accidentalmente electrocutado, un hermano disminuído psíquico dependiente que absorve su vida y la de su madre, y una madre que a la postre se entrega ferozmente al alcohol tras la muerte del menos dotado de sus hijos.

Brady y Hodges se enzarzan en una persecución, en una conversación en la red durante la cual ambos van lanzando sus cebos. Hasta que la conversación se les va de las manos y los actos de ambos anuncian un desarrollo explosivo.

Mientras Hodges retoma el caso de Mr Mercedes, su vida, que parecía condenada a un oscuro final sumido en la depresión adquiere una vitalidad desconocida, entre la familia de una de las víctimas de Mr Mercedes encuentra un nuevo amor, y Brady (Mr Mercedes) no puede soportar que lo que iba a ser un plan para destruir al poli acabe siendo un ofrecimiento a la felicidad de este.

La locura aborda a Brady entonces con fiereza, está dispuesto a todo. Y sólo la posible intervención de Hodges, castigado ferozmente por Brady en su naciente felicidad, puede deternlo antes de que cometa su mayor locura. Miles de personas corren un riesgo inminente.

Lo cierto es que, reconociendo la maestría de uno de mis referentes literarios, esta novela no me parece que sea tan buena como tantas y tantas otras. La trama avanza agil pero no hay ese nivel de profundización con los personajes. De cualquier forma es entretenida.

Mr Mercedes

El visitante

Una historia que demuestra esa versatilidad del genio de Portland que los seguidores de siempre ya disfrutamos desde que nos atrapó para su causa.

Porque sin bien es cierto que en las páginas de El visitante se disfruta de ese autor que perfila personajes rebosantes de naturalidad en medio de entornos inquietantes, en esta ocasión King se disfraza de escritor de género negro con un punto de investigación desde lo forense; al estilo de las novelas negras más adentradas en el thriller psicológico, del crimen teatralizado por una mente perturbada capaz de todo.

Nada peor (o mejor para apuntalar el aspecto macabro del arranque de una historia) que descubrir a un niño muerto después de someterlo a una brutalidad inimaginable. Como suele ocurrir en la vida real, la figura del sospechoso localizado en la parte amable del mundo, termina por desubicar a todos.

Porque Terry era un tipo estupendo. Sí, de los que saluda con una sonrisa que entrecorta su distendido silbido, mientras agarra con sus grandes manos las de sus hijas…Pero los indicios físicos son claros, por muchas excusas, coartadas y defensas a ultranza de los últimos habitantes con fe de Flint City.

La tarea de un detective siempre supone el desentrañado de la verdad, una verdad que, venida de la mano de Stephen King apunta a algún giro de los que acaba por dejarte boquiabierto, ciertamente shockeado.

La atroz culpa de un delito y pecado capital que solivianta y convulsiona a toda la sociedad de Flint City conduce al detective Ralph Anderson a un grado de cautela, meticulosidad y escrúpulo prácticamente imposible ante la virulencia del caso.

Quizás solo él, con esa concesión necesaria a la inocencia pueda acabar descubriendo algo. O tal vez una vez adentrado en lo más hondo del caso del asesino imposible Terry Maitland, acabe alcanzando la más cruda de las verdades, esa que convierte el mal en una corriente capaz de deslizarse de alma en alma, con la idea de que todo lo sobrenatural solo fuera cosa de un diablo a los mandos de este mundo.

Fin de guardia

He de reconocer que para llegar a esta tercera parte me he saltado la segunda. Pero así son las lecturas, vienen como vienen. Aunque realmente puede que hubiera otra motivación detrás. Y es que cuando leí Mr Mercedes me quedó un cierto regustillo incómodo.

Seguramente sería porque cuando uno ha leído gran parte de la obra de Stephen King siempre espera obras maestras, y Mr Mercedes no me pareció que estuviera a la altura de otras anteriores. Cosa que también me parece interesante pues convierte a Stephen King en humano, con sus imperfecciones 🙂

Sin embargo, llegado a esta secuela, con el salto de la indicada novela intermedia Quien pierda paga, encuentro más sentido a esa especie de reserva en la que se movió Mr Mercedes. Lo bueno es siempre mejor dejarlo para el final, de toda la vida.

Bill Hodges ya no es aquel investigador recuperado para la causa desde su traumático retiro de policía. Con el paso del tiempo abordado en la saga, va soportando sobre sus hombros y sobre su conciencia todo lo malo que pasó, todo el dolor rumiado por pérdidas insoportables.

Así que, ante la perspectiva de nuestro héroe venido a menos, la idea de que su antagonista de la serie Brady Hartsfield adquiera una especial fuerza, obtenida en esa especie de letargo en el Hospital donde quedó en coma, se torna en ocasiones devastadora para el bueno de Hodges. Porque él será su principal objetivo.

Lo más inquietante de todo es cómo Brady consigue volver a la escena permaneciendo postrado en su cama. Y es que, convertido en una cobaya sobre la que proceder con ciertos medicamentos muy especiales, nuestro oscuro antagonista accede a infinidad de posibilidades con las que proceder a su venganza, retomando en primer lugar su comunicación con un desconcertado Bill Hodges.

Brady sabía como conducir a cualquiera hasta la locura y al suicidio. Sus formas de acoso vistas en la primera parte adquieren en esta secuela final un aire mucho más siniestro, recuperando así el espíritu de otras obras del maestro sobre lo sobrenatural y sus perniciosos efectos…

Fin de guardia

La chica que amaba a Tom Gordon

Hay novelas cortas que te dejan un sabor más efímero y otras como esta que en su brevedad te despiertan aromas intensos (sí, sí, como un anuncio de café mismamente).

La cuestión es que el hecho de que la pequeña Trisha se pierda en el bosque es pronto, en manos del maestro, un cúmulo de sensaciones de humedad gélida, de oscuridad y de amenazantes ruidos. Como cuando nosotros mismos perdemos el paso con el resto del grupo en un bosque.

Al principio resulta agradable el reecuentro con lo natural. Pero enseguida salimos corriendo para recuperar contacto con el mundo real, con los nuestros. Porque ahí, en mitad del bosque existe un mundo que ya no nos pertenece.

Trisha también sabe que ese no es su lugar. Su cerebro, en lugar de servirle para orientarse, la introduce en la terrible espiral del miedo potenciada por la razón a punto de soltar los mandos.

Una novelita para leer en dos sentadas (o en una si dispones del suficiente tiempo porque por ganas no queda…). Una joyita que demuestra que King es más bien God para montar una trama de la nada, haciendo que esa nada se extienda como todo un universo abismal.

La chica que amaba a Tom Gordon

Elevación

Traigo a colación esta otra novela corta para despertar un contraste. No es que Elevación sea mala, tiene que ver más con lo que siempre se espera del genio Stephen King.

En esta ocasión regresa ese Stephen King convencido del aspecto moralizante de la ficción, de la capacidad de sacar chicha desde las elucubraciones fantásticas. Porque una vez que una historia emocionante nos gana, King siempre es capaz de abrirnos a grandes ideas desde esas emociones casi infantiles.

Scott Carey sufre un extraño efecto de lo etéreo. Parece como si cada día perteneciera menos a este mundo y apuntara a la ingravidez. Su desmaterialización no es visible para los demás, nadie es capaz de descubrir lo que la báscula muestra de manera indubitada. Scott está dejando de pesar como el resto de humanos.

Como todo fenómeno extraño, Scott sufre y teme. Solo el doctor Ellis comparte su extraña “dolencia”, más que nada en base a su juramento hipocrático.

Poco a poco la nueva naturaleza de Scott trasciende a aspectos cotidianos de Castle Rock. Y mágicamente, entre lo siniestro del asunto, el cambio apunta a una mejora en muchos ámbitos…

Sin duda Tim Burton estaría encantando de llevar al cine una historia como esta, tan emotiva como Eduardo Manostijeras o Big Fish con el añadido de ese jugo especial de diálogos, introspección en personajes y descripciones que solo King sabe aunar.

Entre el cuento fantástico y la novela corta, el devenir de Scott, y por extensión el destino más mundano y a la par trascendente de Castle Rock, sabe a poco y a su vez debe ser así. Porque en el fondo solo se trata de la vida más particular de una nueva amiga, marginada por su entorno social. Pero el nuevo Scott, ligero como las plumas podrá correr en su ayuda y cambiarlo todo…

La exposición de Scott en cuerpo y alma es una moraleja encatandora, trazada con maestría con esas pinceladas que despiertan desde lo breve y sus finales sugerentes, invitaciones y ecos que quedan hasta muchos después de haber acabado con la última página.

Adiós, Scott, buen viaje y no olvides abrigarte bien. Por allá arriba debe hacer un frío del carajo. Pero, al fin y al cabo formará parte de tu misión, sea cual sea.

Elevación
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