Yo por dentro, de Sam Shepard

Yo por dentro, de Sam Shepard
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Como dramaturgo, Sam Shepard supo trasladar el más esplendoroso arte del monólogo a esta novela. La historia del teatro, como arte escénico, viene determinada por grandes soliloquios que apuntan a la inmortalidad desde la sencillez del personaje, del humano enfrentado a su destino.

Desde los griegos hasta Shakespeare, Calderón de la Barca Valle Inclán o Samuel Beckett; la mayor gloria del teatro ha pasado por un solitario protagonista que evoca directamente a la tragedia…

Se trata de ensalzar nuestra ridícula existencia con respecto a un mundo inabarcable, un cosmos que ofrece infinitud como toda respuesta a una simple mirada a la cúpula celeste. El teatro ha tratado de poner voz e interpretación a esas pequeñas preguntas sobre nosotros que, en el fondo, quisíeramos lanzar a la inmensidad que nos rodea por si alguien pudiera atender el reclamo de nuestras contradicciones y culpas. La inmortalidad es un pequeño texto que expone un simple interrogante expuesto en millones de preguntas sobre lo que somos.

Lo mejor de este libro es que el protagonista sobre el que cae el foco en la silenciosa escena somos nosotros mismos. Porque Sam Shepard también nos invita a disfrutar de su profesión de actor.

Pasamos a ser actores en la piel de otro. Una vez conseguida la empatía con el tipo que permanece en una cama, en los estertores de una inquietante duermevela, nos adentramos en esa búsqueda de lo que somos desde lo más simple y cotidiano, desde nuestros conflictos más arraigados que dificultan recuperar el sueño fácil del niño que una vez albergamos.

Y aunque me ponga metafísico, no se trata de encontrar grandes elucubraciones en esta novela, acaso oníricos planteamientos sobre el amor, la familia, la culpa.

El caso del protagonista de la novela bien es cierto que aborda una vida particular, pero las sombras de sus pensamientos entre la consciencia y la inconsciencia nos atañen a todos.

El particular soliloquio desde la duermevela nos presenta a un propietario de los sueños que probablemente amó a la persona equivocada, lo que le costó renunciar a la figura de su padre, quien también amó a esa misma mujer: Felicity. Un aspecto recurrente dentro de toda la narración, un hilo que lo une todo, como siempre unen la paternidad o la maternidad.

Sam Shepard postrado en su cama, intentando transitar de sus culpas y resquemores hacia el sueño reparador. Sam Shepard subido de nuevo a las tablas del teatro al que tanto amó. Una novela convertida en el Shepard que soñó alguna vez ser Hamlet.

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